Una Escena de Muerte

domingo, 7 de diciembre de 2008

¡Oh, día! Él no puede morir
Cuando tu cálido arte aún brilla,
Oh, Sol, en ese glorioso cielo,
Declinando con tranquilidad.
Él no puede dejarte ahora,
Mientras la fresca brisa sopla del oeste,
Y todo alrededor de su juvenil frente
Es la corona de tu alegre luz.
Edward, despierta, despierta.
La dorada noche palpita,
Húmeda y clara sobre el lago del bosque,
Arrebatándote de tus sueños.
Junto a ti, de rodillas,
Mi querido amigo, yo ruego
Que tu paso sobre el mar eterno
Se demore al menos una hora.
Oigo a las olas rugir,
Veo su espuma elevarse;
Pero ningún atisbo de lejanas costas
Ha bendecido mi fatigado ojo.
No creas a quienes te convocan
Desde las distantes islas del Edén,
Retorna de aquel llamado tempestuoso
Hacia tu propia tierra natal.
No es la Muerte, sino el dolor
El que se debate en tu pecho.
Regresa Edward, surge otra vez,
No puedo dejar que descanses.
Una larga mirada me atraviesa, reprobando
Las penas que no puedo cargar,
Una silenciosa mirada agita mi sufrimiento,
Mi oración es inútil, así como el arrepentimiento.
Con súbito arrebato, la fuerza
De la distracción ha pasado:
Ningún signo más de duelo
Revolvió mi alma en aquel horrible día.
Pálido, lentamente, el dulce sol cayó,
Hundido en paz entre la brisa crepuscular:
El verano pasó suavemente, mojando
El valle, el claro, y los mudos árboles.
Entonces, sus ojos comenzaron a agotarse
Bajo el peso de un sueño mortal,
A crecer en extrañas tristezas,
A nublarse, como si pudiesen llorar.
Pero no lloró, no ha cambiado.
No se movieron, nunca se han cerrado:
Observan fijo, y nunca han variado,
Jamás vagaron, y nunca reposaron.
Supe que él estaba muriendo:
Me arrodillé, y tomé su lánguida cabeza,
No sentí su aliento, ni oí ningún suspiro;
Entonces supe que estaba muerto.
-Emily Brontë (1818-1848)- 

martes, 4 de noviembre de 2008

NOCTURNO III
Poemas de José Asunción Silva



Una noche
una noche toda llena de perfumes, de murmullos y de música de älas,
Una noche
en que ardían en la sombra nupcial y húmeda, las luciérnagas fantásticas,
a mi lado, lentamente, contra mí ceñida, toda,
muda y pálida
como si un presentimiento de amarguras infinitas,
hasta el fondo más secreto de tus fibras te agitara,
por la senda que atraviesa la llanura florecida
caminabas,
y la luna llena
por los cielos azulosos, infinitos y profundos esparcía su luz blanca,
y tu sombra
fina y lángida
y mi sombra
por los rayos de la luna proyectada
sobre las arenas tristes
de la senda se juntaban.
Y eran una
y eran una
¡y eran una sola sombra larga!
¡y eran una sola sombra larga!
¡y eran una sola sombra larga!

Esta noche

solo, el alma
llena de las infinitas amarguras y agonías de tu muerte,
separado de ti misma, por la sombra, por el tiempo y la distancia,
por el infinito negro,
donde nuestra voz no alcanza,
solo y mudo
por la senda caminaba,
y se oían los ladridos de los perros a la luna,
a la luna pálida
y el chillido
de las ranas,
sentí frío, era el frío que tenían en la alcoba
tus mejillas y tus sienes y tus manos adoradas,
¡entre las blancuras níveas
de las mortüorias sábanas!
Era el frío del sepulcro, era el frío de la muerte,
Era el frío de la nada...

Y mi sombra

por los rayos de la luna proyectada,
iba sola,
iba sola
¡iba sola por la estepa solitaria!
Y tu sombra esbelta y ágil
fina y lánguida,
como en esa noche tibia de la muerta primavera,
como en esa noche llena de perfumes, de murmullos y de músicas de alas,
se acercó y marchó con ella,
se acercó y marchó con ella,
se acercó y marchó con ella... ¡Oh las sombras enlazadas!
¡Oh las sombras que se buscan y se juntan en las noches de negruras y de lágrimas!...
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